viernes, 8 de agosto de 2008

Alma

Se produjo un desgarrón insondable en las más profundas simas de su cuerpo material. El dolor fue inmenso. Algo en él se había roto, y su vista se nubló, volviéndose completamente negro todo cuanto le rodeaba. Creyó estar flotado en una parte del universo aún desconocida para él, en la cual las estrellas no brillaban y los planetas no existían.

Intentó incorporarse, pues se sentía en posición horizontal. Lo que ocurrió lo hubiera dejado sin respiración hace un momento, pero no ahora que estaba muerto. Por eso, sólo provocó una variación en su aura, una fluctuación de su alma.

Su espíritu se elevó como una nube, suavemente, con asombrosa facilidad. Atravesando la cárcel que constituían sus costillas, logró al fin liberarse de lo material. Flotó allí unos instantes, contemplándose a sí mismo, o mejor, a lo que no hace mucho él creía ser.

Se percató ahora, libre de la sociedad, de las presiones, del dinero, de la tierra, de la humanidad, del mundo... –del cuerpo, en definitiva– de que había “vivido” como zombi, de que ni siquiera había sido capaz de comprenderse él mismo, y de que al mirarse al espejo sólo había conocido una máscara horrenda que desfiguraba su auténtico ser.

Convertido en una esencia que parecía mágica, no necesitaba ya espejos para conocerse. Era él, simplemente, al desnudo y si ataduras; él puro.

Escuchó una llamada proveniente de algún lugar, pero no quiso marchar aún. Inclinada sobre su ensangrentado antiguo corazón, alguien lloraba. Él se entristeció, manifestando esta sensación mediante una olilla de energía extraña. Al aproximarse a su amada notó el latido del alma de ella encerrada bajo su carne. Le invadió la lástima, y sintió deseos de liberarla.

El cuchillo con que se había quitado la vida aún yacía en el parqué, con su mango pulcramente negro. Seguramente escondería sus invisibles marcas, su ADN, en el sudor que había mojado sus manos cuando, indeciso, había colocado la afilada hoja en el lugar donde suponía moraba su corazón. Su aura se tornó alegre, variando sus colores al ritmo de un arco iris. Reía. ¿De qué iba a servir su ADN? Sólo daría información acerca de “su” cuerpo. Su cuerpo... un simple deshecho inerte. Todo lo relacionado con él empezó a parecerle gracioso, increíble. Haberse preocupado tanto de un disfraz...

Alargó la mano hacia el cuchillo, con el fin de emplearlo como herramienta para abrir la cárcel de su amada. Estaba ansioso de que ella pudiera verlo; solo pensar en volver a tenerla a su lado, desnuda por completo como él, provocaba que la pura energía que lo constituía vibrase de placer. Pura energía: recordó, entonces, que no tenía manos. El arma libertadora fue sacudida como por una descarga eléctrica, pero no pudo empuñarla.

Volvió a escuchar una voz que lo llamaba. No, no era una voz. Se asemejaba más a un eco de voces de cristal entrechocadas. Al alma de una canción...

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